Nuestros clubes, memorias del futuro

Nuestros clubes, memorias del futuro

por Rodrigo Daskal


Atraviesan ciudades y pueblos, atesoran viejas historias de amores y pasiones, de luchas y conflictos, guardan sudorosas horas deportivas y otras amenas de café, nos hablan de antiguas historias de héroes y vencidos, se esparcen en la geografía urbana por fuera de la lógica voraz del valor inmobiliario.

Son los clubes de fútbol, un modelo asociativo más que centenario que con vaivenes y cambios aún perdura, y dónde conviven la lógica futbolera, pasional y comercial, con una dimensión social y comunitaria. Dimensión que incluye actividades deportivas, sociales y culturales de todo tipo y cuyo soporte cotidiano son principalmente sus asociados, los que con su cuota, tiempo y trabajo voluntario le dan (o no) vida a sus clubes.

De ser real la intención del presidente de la Nación de permitir la existencia de sociedades anónimas deportivas en el país, estaríamos nuevamente ante la presencia de un debate que parecía, al menos en la superficie, aquietado desde fines de la década del `90, cuando naufragaron los proyectos legislativos y políticos que pretendían habilitar dicha posibilidad. Actualmente los clubes pueden ceder el manejo comercial de su fútbol, entre otras cuestiones, y así ha ocurrido con numerosos casos entre capitales privados y clubes. 

Pero más allá de estas distintas experiencias, que se han mostrado en la mayoría de las veces poco “exitosas” al menos desde el punto de vista de los esperados resultados deportivos y económicos, tanto para el club como para la sociedad comercial, es necesario centrar el debate en un punto diferente, y crucial.
Se trate ya de clubes “chicos” que no pueden sostener su fútbol profesional o de “grandes” que pretendan fomentarlo, pareciera ser que el argumento sostenedor de la iniciativa está centrado en la crítica situación económica y financiera de la mayoría de los clubes, consecuencia del accionar de sus conducciones políticas. 
Estimar que la solución a ello recae en la apertura al capital privado comercial cuyo objeto central es el lucro, es como arriesgar que los “defectos” de nuestra democracia deban resolverse, no con más y mejor democracia, sino socavando las bases conceptuales y políticas que la sostienen; un ataque a la “política” sostenida desde la “no política”, representada ésta en el capital comercial, al que se le presuponen bondades innatas tales como la capacidad de bien administrar o la no corrupción.
Sin embargo, plagado está el mundo del fútbol, a la luz de las experiencias internacionales, de casos de mala administración y corrupción por parte de sociedades comerciales en los clubes, a los que en muchas ocasiones privan también de sus características identitarias. 
Pero deberíamos ahondar en que lo que está en juego aquí es la base misma de los clubes en tanto capital social: su asociativismo parido en la participación ciudadana en instituciones que adquieren por su objeto y acción carácter de bien público sin serlo, generando confianza social, normas de reciprocidad e igualdad y redes de compromiso cívico. La propia historia del deporte en Argentina pone a las asociaciones deportivas en el lugar de fundadoras del deporte, pero también de coacción junto al Estado para su desarrollo, y del que han obtenido también beneficios en reiteradas y distintas ocasiones. 
Una modificación legislativa y del estatuto de la AFA significaría abrir la puerta al triunfo de otra lógica, en la que no prevalecería la voluntad de los socios sino la de los inversores comerciales, paradójicamente avalados por la decisión de los socios de permitirlo. Se trata de apuntar, en nombre de sus “defectos”, al corazón de las asociaciones civiles sin fines de lucro.
La Memoria (y Balance) del club River Plate del año 1909 da cuenta que su campo de juego era prestado a colegios de la zona de La Boca y que poco a poco comenzaban a desarrollarse sus actividades sociales y benéficas. 
En muchos otros clubes de fútbol miles y miles de historias se acumulan en memorias, oficiales y no oficiales, que dan cuenta de su significado como parte de un legado social y civil, conflictivo y en permanente tensión pero aún presente, que nos permite todavía mirar lo nuevo en el viejo horizonte. 
De eso se trata.

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