Pues bien, creíamos que el síndrome desaparecería durante la disputa del Torneo Nacional B, gracias a la diferencia de escuelas futbolísticas con las otras entidades y a la muy apreciable diferencia de la categoría individual de su plantel - ahora sí reforzado - con los otros equipos de la divisional.
Sin embargo el desarrollo del campeonato muestra que el síndrome persiste. Por eso recurrimos, una vez más, a Facundo Adamoli que en Sólo River hace una excelente crónica del partido con Rosario Central refiriéndose a el River que ríe y que llora, el de las dos caras, el de los aplausos y la desazón. El del aguante, el aliento, y también al que se le exige más que eso, al que se le pide sobre todo que vuelve a sus raíces, a su rica historia.
Y fue justamente por volver a salirse del camino de su historia que el equipo del Almeyda tuvo otra mala actuación, volviendo a sembrar dudas, a poco de terminar la primera mitad de un campeonato que había que ganar de punta a punta. Es por eso que River empató 1 a 1 frente a Rosario Central como local, por la fecha 16 del torneo Nacional.
Un día River tiene identidad. Otro día no la tiene. Ya no es noticia decir que este equipo es excesivamente irregular. Un día el pibe Ocampos sale en las noticias de prestigiosos diarios italianos: las grandes potencias del fútbol mundial dicen seguir a la joyita. Otro día deja de ser la promisoria aparición que tanto ilusiona al hincha. Un día Sanchez es el eje del juego, del toque, del pase entre líneas. Otro día es la efigie de la imprecisión. River jugó un partido con un Sanchez y un Ocampos en un nivel bajísimo. El chori Domínguez mostró un talento intermitente, y el mediocampo perdió muchísimas pelotas. Cuando el rival logra forzar el error y jugar a las espaldas de Aguirre y Cirigliano, el gol está al caer.
A las malas actuaciones individuales, se le suma una insólita manía por desperdiciar las oportunidades que vienen de pelota parada: cuando el equipo no puede hilvanar juego en una mala tarde, la clave para abrir el marcador está a través de esa vía. Extrañamente, los corners, o tiro libres, derivan en jugadas preparadas pero intrascendentes, que terminan en pie de los rivales.
Otra parte de esta dura realidad, es que River no tiene recambio en el banco. No hay ningún distinto que pueda cambiarle la cara al equipo cuando sus figuras no están en una buena tarde.
Es triste pero real: a River le pesa mucho jugar en su propio estadio. Parece que la presión del Monumental cae más en los propios jugadores que en el rival. En parte se entiende y en parte no: River se volvió grande jugando al fútbol, y sólo desde el juego se puede revertir esta situación.
Pero también River es grande por su gente, por esa fidelidad que ninguna otra hinchada pudo demostrar en la historia. Tal vez fue por eso que al terminar el partido, los jugadores regalaron las camisetas, en agradecimiento a tanto aliento, y la imposibilidad de regalarnos una fiesta en nuestra propia casa.
Cuando los resultados no acompañan la suerte tampoco, y el palo en el último minuto, nos prohibió el grito de desahogo, esa alegría que pedimos a cuentagotas y parece nunca llegar.
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